domingo, 4 de julio de 2010

José Luis LEAL: Juego peligroso

En ELPAIS.com [04/07/2010]

La crisis económica ha puesto a prueba la Unión Monetaria Europea, iniciada en un periodo de prosperidad que, por el momento, se ha esfumado. Era evidente, desde el principio, que la construcción de la eurozona debía conllevar, tras el éxito inicial del euro, la puesta en marcha de una institución que coordinara las políticas presupuestarias y que fuera el interlocutor del Banco Central Europeo para administrar de manera coherente el espacio de la moneda única y maximizar el crecimiento económico en el marco de la estabilidad de los precios.

Desgraciadamente no ha sido así, pues con la creación del Banco Central Europeo solo hemos recorrido la mitad del camino. La otra mitad, la puesta en marcha de una institución que coordine las políticas presupuestarias, es una tarea pendiente. No tanto por la falta de conciencia de su necesidad, sino por la resistencia a ceder soberanía por parte de los Estados. Se ha creado el Eurogrupo, los ministros de Economía se reúnen regularmente en el Ecofin, pero, a la hora de la verdad, cada cual hace lo que estima más conveniente para sus ciudadanos sin tener en cuenta los intereses del conjunto de la eurozona. Ignoran, o pretenden ignorar, que la suma descoordinada de sus decisiones puede ser contraria, en un plazo no muy largo, a sus propios intereses nacionales. El abuso del corto plazo y del interés nacional conduce inevitablemente a la ineficacia del conjunto.

Los firmantes de la Unión Monetaria fueron conscientes de estos problemas desde el principio y por ello decidieron apuntalar el euro mediante la doble prohibición de que el déficit público de los Estados superase el 3% del PIB y la deuda pública excediese el límite del 60% del PIB. Al principio todo fue bien, a pesar de que algunos Estados, entre ellos Alemania entre 2002 y 2005, superaron temporalmente el límite del 3%. Los países cuya deuda superaba el 60% del PIB hicieron esfuerzos por reducirla. Gracias a ello, y al peso específico de la eurozona, el euro se ha consolidado como una moneda universal, compitiendo con el dólar como moneda de reserva, lo que constituye un logro importante.

El éxito del euro no parece haber impresionado a los alemanes, que tienen el sentimiento de que la moneda única solo les ha acarreado perjuicios. La realidad es muy diferente, lo que hace incomprensible el silencio de los principales responsables políticos sobre este asunto. Según los cálculos de la OCDE, Alemania ha sido el único gran país de la eurozona que ha ganado de manera significativa cuota de mercado desde la entrada en vigor del euro, lo que contrasta con las fuertes pérdidas de Francia e Italia. España también ha perdido cuota de mercado a la exportación, aunque de forma moderada. Es cierto que las empresas alemanas han realizado grandes, y eficaces, esfuerzos por reducir sus costes, pero es indudable que la puesta en marcha del euro les ha ayudado considerablemente.

El impacto de la crisis actual, la más severa desde 1929, ha puesto en tela de juicio las bases mismas del sistema. En realidad, deberíamos haber reflexionado antes sobre los peligros a los que nos exponía el obstinado rechazo a ceder soberanía por parte de los Estados. La imposición de límites a los déficits y a la deuda era una forma de desentenderse de las responsabilidades de los firmantes del Tratado de Maastricht, que de alguna manera delegaron en los números -el 3% y el 60% del PIB- las responsabilidades que no fueron capaces de asumir. El paladín de esta actitud fue Alemania, que desde el principio receló de la capacidad de los demás países de la eurozona para abrazar la cultura de la estabilidad que tan buenos resultados le había proporcionado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En vez de acelerar la puesta en marcha de un embrión de gobierno económico para la eurozona, se prefirió la vía, más fácil políticamente, de los límites fiscales.

Esta manera de proceder es un juego peligroso que equivale al intento de atravesar la mayor tormenta que se recuerda utilizando únicamente el piloto automático. Pocas personas embarcarían a bordo de un avión en el que se anunciara de antemano que el piloto no iba a intervenir para nada, pasase lo que pasase, en el pilotaje del avión. Y, sin embargo, esto es lo que hemos hecho en la Unión Monetaria.

En este contexto hemos iniciado una singular carrera en Europa para ver quién ajusta más y más de prisa. Se ha fijado arbitrariamente el año 2013 para volver al 3% de déficit público y, lejos de intentar acomodar razonablemente los casos más difíciles, se ha decidido que hay que reforzar el piloto automático para dar mayor credibilidad a los ajustes. Es como si, en medio de la tormenta, prescindiéramos por completo del piloto. De nuevo quien más impulsa esta estrategia es Alemania.

Jugamos, juegan por nosotros, un juego peligroso. La respuesta, tanto presupuestaria como monetaria, que se ha dado a la crisis actual ha sido en líneas generales correcta y ha evitado una recesión mundial que no sabemos hasta dónde podría habernos llevado. Pero ahora, una vez evitado el mal mayor, parece como si no fuésemos capaces de salir del atolladero, al menos en Europa. Los mercados se han vuelto histéricos, lo cual no es una novedad, y penalizan a los Estados tanto por no ajustar sus economías como por hacerlo. A veces esta histeria se alimenta, consciente o inconscientemente, desde los propios Gobiernos.

El peligro que nos acecha es el de prolongar inútilmente la salida de la crisis. No se trata de evitar los rigores del ajuste, sino de conducirlo racionalmente. En el caso de España es evidente que hay que reducir el déficit público, que es uno de los mayores de la eurozona. El Gobierno, más o menos forzado por las circunstancias, está realizando esfuerzos en la buena dirección y lo único que cabe esperar es que persevere. Pero la necesidad de estos esfuerzos no debe ocultar la asimetría de un proceso de ajuste en el que los Estados más fuertes pueden imponer la austeridad a los más débiles, mientras que estos no pueden imponer a los primeros el relanzamiento de sus economías cuando están en condiciones de hacerlo o, al menos, la adecuación de sus procesos de ajuste a los intereses del conjunto de la eurozona.

Lo que está claro es que no podremos seguir indefinidamente a medio camino en la institucionalización de la Unión Monetaria. Las crisis suelen poner de relieve los problemas con una intensidad y una urgencia mayor de la habitual. Hay que creer que seremos capaces de avanzar por la senda de la racionalidad y colocar en su lugar unos intereses políticos nacionales que, a la larga, pueden costarnos muy caros. De no hacerlo así, la Unión Monetaria, la Unión Europea y, en definitiva, Europa habrá iniciado el camino que conduce a la irrelevancia en el mundo.

José Luis Leal fue ministro de Economía y presidente de la Asociación Española de Banca Privada.

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